Sóc lector de Gigantes des dels temps de Dan Majerle als Phoenix Suns. Si hagués de triar una secció de la revista, sens dubte em quedaria amb la columna que setmanalment escriu el reputat periodista Miguel Ángel Paniagua. Coneixedor com pocs del bàsquet als Estats Units, escriu molt i bé sobre temes que van més enllà del parquet; l’economia, la formació acadèmica dels jugadors, o l’expansió del bàsquet a països com la Xina (2002) són només alguns dels temes que ha tocat amb la seva ploma.
El juliol del 2001, en l’edició que coronava a Pau Gasol com a número 3 del Draft, vaig llegir un article seu que he recordat moltes vegades, i que últimament m’ha rondat pel cap amb més insistència que mai.
Des de la revista m’han enviat amablement aquest article, i amb el consentiment del Miguel Ángel, el publico sota aquestes línies en el seu idioma original.
El hombre que sabía demasiado
Por Miguel Ángel Paniagua
El ‘draft’ de 2001 será un acontecimiento que permanecerá en nuestra memorias: el éxito de Pau Gasol ha sido muy notorio. En un ‘draft’ dominado por jóvenes chavales de instituto, en el que la palabra más utilizada ha sido ‘potencial’, la elección de Pau en el tercer lugar por los Vancouver/Memphis Grizzlies (vía Atlanta Hawks), y el no menos excelente lugar alcanzado por Raúl López, supone un suceso magnífico para el baloncesto de aquí. A partir de ahora, llega para Gasol la parte realmente más complicada: crecer y solidificarse como un jugador de la NBA.
Pero el ‘draft’ de 2001 nos ha dejado también un regusto amargo. El jugador más maduro, quizás más completo y, ciertamente, con mejores credenciales de todo los allí presentes, el alero de la Universidad de Duke Shane Battier ha estado por debajo de las expectativas en este proceso de elección. Ha sido sexto, escogido –al igual que Gasol-- por el Vancouver/Memphis. En otros tiempos, un joven elegido ‘Jugador del Año’ en la Liga Universitaria, ‘Mejor Jugador’ de la Final a Cuatro, ‘Mejor Defensor’ por tres veces consecutivas y, para mayor gloria, receptor de los Trofeos Naismith y Wooden –algo así como el corolario de excelencia para un estudiante-atleta– sería un indiscutible número uno del ‘draft’.
Me temo que Battier pertenece a otra época. Su error has sido, quizás, permanecer cuatro años en la excelente universidad de Duke, situada en el estado de Carolina del Norte, para conseguir ser un hombre completo: un reto vano a los ojos de los ‘scouts’, técnicos y ejecutivos de los equipos de la NBA. Shane Battier supo aguantar las tentaciones de gratificación inmediata que proporciona la NBA y decidió desarrollarse: no sólo desde el punto de vista humano y educativo, sino también como jugador. Consiguió mejorar su físico, aprendió a tirar con más soltura, conoció mejor el juego... Y leyó muchos libros. Tantos que en la rueda de prensa previa al ‘draft’ se mostró inteligente, sutil, culto, tremendamente maduro y hasta se permitió utilizar la palabra cataclismo, mientras sus jóvenes compañeros, los otros elegidos para la gloria, respondían a las predecibles preguntas de los periodistas con toda suerte de topicazos.
Los ojeadores parecen preferir el potencial. Esa palabra que en física se relaciona con los campos gravitatorios y electrostáticos y que, en el mundo del deporte, sitúa a los expertos en el punto medio del desconocimiento: no conocen lo bueno que puede llegar a ser un jugador y tampoco intuyen lo malo que puede llegar a ser. Alcanzan, de ese modo, el estado filosófico casi perfecto: sólo saben que no saben nada.
Tal vez Shane Battier debería haber seguido los pasos de sus compañeros de universidad Elton Brand –número 1 en el draft de 1999--, Corey Maggette o William Avery y probar las aguas de la NBA en un momento en el que sus habilidades eran un misterio total. Nadie sabía si podría jugar duro en defensa y no había nadie capaz de adivinar si era capaz de tirar bien a media distancia. Entonces hubiera sido un jugador de futuro, un jugador con potencial y podría haber estado mejor situado. No como ahora, que todo el mundo conocía su excelente reputación.
Battier es, ciertamente, lo más cercano al jugador total: seguro que el atleta va a ofrecer un rendimiento medio muy regular. Siempre. Más aún: la ética de trabajo del ex-jugador de Duke es excepcional y su deseo de mejora –en una liga tan competitiva como es la NBA– es evidente. Los ojeadores de la Liga son capaces de mesurar muchos parámetros en un jugador, pero hay intangibles imposibles de adivinar. Uno de ellos es el deseo de mejora, el compromiso para trabajar duro que puede poseer un deportista futurible. Con Battier, ese tema queda resuelto de inmediato.
También es posible que Battier, un joven cultivado y elocuente en la corta distancia, haya tenido muchas dificultades para autopromocionarse. El tiempo previo al ‘draft’ es, sobre todo, de venta de imagen. Cuando los jugadores se entrevistan con diferentes miembros del personal de los clubes han de ser capaces de vender no sólo sus habilidades, sino también su propia imagen. Y si el jugador no es capaz de hacerlo bien, entonces es el agente del jugador el que tiene la obligación de conseguirlo.
Mike Krzyewski, el entrenador de Duke, dijo hace poco que Shane era «el jugador más completo que he tenido a mis órdenes». Y el ‘entrenador K’ ha tenido unos cuantos muy buenos bajo su mando. Sin embargo, los informes de algunos ojeadores no han favorecido esta imagen de jugador óptimamente preparado que su entrenador universitario ha pretendido proyectar. Uno de estos informes señalaba, en el apartado de puntos débiles del jugador, lo siguiente: «Cuestionable capacidad atlética; dudas sobre su dureza; jugador demasiado inteligente».
Quizás el castigo de Battier haya sido precisamente ese: saber demasiado.
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